Se habla mucho últimamente del RDL 9/18 de 3 de agosto, que
da facultades a los servicios sociales de los ayuntamientos para emitir un
“informe oficial” para que una mujer pueda ser considerada víctima de maltrato
sin necesidad de denuncia previa o juicio.
Polémicas aparte, ya sabemos los que nos dedicamos al derecho
de Familia, tanto en su faceta civil, como en la penal, y digo derecho de
familia penal, dado que los conflictos familiares se han criminalizado
demasiado, en los últimos años, en nuestro país. Como decía, ya sabemos cómo
funciona esto de los centros de acogida y los servicios sociales que ayudan a
las mujeres a separarse de forma más rápida, criminalizando el conflicto de
pareja.
Me parece adecuado sacar en este momento la tesis de Marrone,
psiquiatra londinense, que nos explica que la sociedad “comprende” el enfado y
la ira de una persona cuando pierde a un ser querido en un accidente, que es la
forma más traumática, de sufrir una pérdida. Incluso este tipo de
comportamiento de uso de la violencia (falta control de la ira), dejando que la
ira se apodere de nuestras emociones y acciones, se comprenden ante la pérdida
de un puesto de trabajo (huelgas violentas, disturbios en la calle de grupos de
personas frente a una injusticia, protestas violentas contra un gobierno, etc.)
Todo esto lo hemos normalizado como algo natural y gran parte
de la sociedad lo tolera, y de alguna forma, lo comprende.
Pero cuando la reacción con enfado e ira ante la sensación de
pérdida que sufre un hombre o padre en los casos de divorcio, y este hombre
rompe algo, o deja que la ira (fase del duelo) tome el control de sus acciones
y emociones, esto sin embargo, lo hemos convertido no sólo en algo intolerable,
sino que incluso lo hemos criminalizado como violencia machista, y lo hemos
tipificado hasta como delito. Es incomprensible.
Es como si se hubiera tipificado como delito nuestra propia
naturaleza humana, pero sólo si el actor, es un hombre.
En todo caso, y volviendo al objeto de este artículo, el RDL 9/18
viene a legalizar lo que se viene haciendo desde hace años en la praxis, y es legalizar
el hecho de que cientos de niños cada día, en España, sufren la desaparición (pérdida)
de sus papás de sus vidas, sin proceso emocional y judicial alguno.
Hablamos del “duelo” que sufren y sufrimos todos cuando nos
enfrentamos a una pérdida de un ser querido, bien la muerte por enfermedad o
por accidente de un padre, un hermano, un amigo, una pareja o un hijo.
Todos hemos odio hablar de las fases del duelo, ante una
pérdida de un ser querido.
Hay muchos expertos que nos hablan de distintas fases del
duelo, y el modelo más conocido es el modelo de Kübler, y voy a resumirlas de
forma asequible:
1ª.- La negación (no me creo que me esté pasando a mí).
2ª.- La ira (enfado con el mundo, la vida y con los demás)
3ª.- La negociación (búsqueda del consuelo y de una
explicación).
4ª.- La depresión (angustia vital y dolor frente a la
pérdida).
5ª.- La
aceptación (aceptar la realidad de la pérdida).
Para otros autores, como Bowlby, estas fases son cuatro:
1ª.- El
embotamiento (no me lo puedo creer)
2ª.- El
anhelo (Echar de menos)
3ª.- La
desesperanza (desorganización de ideas y sentimientos)
4ª.- La
reorganización (la vida sigue)
En todos los procesos de separación y/o divorcio, se habla
mucho de estas fases en los adultos que pasan por dicho trago.
Se ha estudiado mucho todo esto, desde la perspectiva de los
adultos, pero lo que más me interesa recalcar es la teoría aquella que sostiene
que las personas que han crecido con un apego seguro en su infancia, han
sobrevivido mucho mejor al divorcio y a sus disfunciones, que aquellas que han
tenido un apego inseguro en su infancia (Weiss).
Esto es, que se ha demostrado que estas personas que han
tenido una seguridad de sus afectos en la infancia tanto con su padre como con
su madre, tienen como un mayor y mejor entrenamiento emocional para afrontar un
duelo, y en este caso, el duelo que representa el divorcio.
Y no sólo eso, sino que esta seguridad en sus apegos, les
ayuda en su vida adulta para afrontar de forma más positiva y pacífica, los
conflictos de todo tipo, a los que nos enfrentamos en la vida adulta.
Se han obtenido datos de varios estudios sobre acoso escolar,
fracaso escolar, niños violentos y jóvenes con problemas con sus
comportamientos (drogas, uso de la violencia, sexualidad precoz y alcohol), en
los que el denominador común a todos ellos y ellas (niños y niñas) es haber
tenido un apego inseguro en su infancia, siendo la mayoría de los casos, la
desaparición o pérdida de una figura paterna o materna en su infancia, como
consecuencia de un abandono, la muerte o un divorcio.
Hay más estudios realizados en torno a la figura paterna, ya
que es lo más usual, porque la mayoría de las custodias se siguen otorgando a
las madres, como se hace desde el siglo XIX.
Estos estudios sobre la falta de apego seguro de un padre,
por la pérdida de su presencia vital en la vida del niño, se comenzaron a
desarrollar tras la segunda guerra mundial, cuando cientos de miles de padres
no regresaron a casa, porque perdieron su vida en la guerra. Se quería saber
qué pasaba a los niños huérfanos de la guerra.
Más tarde, estos estudios se han preocupado de cómo viven y
afectan a los niños la pérdida de un progenitor en sus vidas, tras un divorcio.
Y es curioso, porque se ha descubierto que los niños pasan
por estas fases del duelo igual que los adultos, pero de una forma más natural,
sobre todo si no influimos en ellos, pero no tienen la capacidad, ni emocional,
ni el desarrollo evolutivo suficiente, para afrontar las fases tres y cuatro,
sino que suelen pasar de la segunda a la quinta, si se hace bien.
Y aquí entran los servicios sociales de los ayuntamientos en
los casos en los que he podido trabajar.
He visto a muchos niños (demasiados quizá), que han visto
desaparecer a su padre de la noche a la mañana, tras la emisión de un “informe
de maltrato” de los servicios sociales, y posterior e inmediata denuncia de
maltrato.
El padre es detenido y usualmente se le pone una orden de
alejamiento, o se le limita mucho el contacto con los hijos y se prohíbe volver
“a casa”.
El niño ha visto desaparecer a su padre, como si hubiera
muerto, pero no ha muerto y entonces es cuando los servicios sociales “ayudan”
a la madre para que le explique al niño por qué su papá ya no está en casa y lo
no puede ver, a pesar de que no ha muerto.
Y es en estos momentos, cuando la intervención de las madres
y de los servicios sociales hacen muy mal su trabajo, destrozando la infancia
de miles de niños en nuestro país.
En vez de permitir que el niño asimile o comprenda lo que
pasa, y pase por las fases del duelo por la pérdida de su padre, que necesitan
en estos casos, meses e incluso años de asimilación, se fuerzan a los niños a
que asimilen cosas que no tienen capacidad para asimilar.
Los tiempos judiciales tiempo apremian a los abogados,
servicios sociales y madres y hay que reforzar el “informe” de los servicios
sociales ante el Tribunal y a los ojos de la Fiscalía y, hay que dar
credibilidad a la “versión de los hechos” que la madre “refiere” en la
intervención, y es por ello, que se meten en la vida y la mente de estos niños,
de forma inaceptable.
Recordemos las fases del duelo de un niño por la perdida de
su padre en este caso:
1ª.- La negación (no me creo que me esté pasando a mí). SI
2ª.- La ira (enfado con el mundo, la vida y con los demás) SI
3ª.- La aceptación (aceptar la realidad de la pérdida) SI.
Pues, la intervención de los servicios sociales que hemos
visto hasta ahora, se ayuda al niño a superar la negación, diciéndole que su
padre es malo y que no le quiere o, que cuando él dormía, pegaba a su mamá.
Esto hemos visto que lo han hecho a veces directamente, y
otras veces “asesorando” a la madre o a la abuela materna, para que hablen en
estos términos al niño.
Una vez que el niño ha “aprendido” que su papá es malo (caso
de Lola de dos años y medio) el niño
pasa a la fase de enfado e ira, y el objeto de esta ira es su papá. No hay otro
objeto. A veces, estos niños suelen “responder” con comportamientos extraños
ante esta situación. Les duele la barriga, trastornos del sueño o del
comportamiento, o simplemente muestran lo que algunos expertos llaman el
“terror sin nombre”.
Así, cuando llegan a los equipos psicosociales de los
Juzgados o a una exploración judicial, los niños se muestran muy enfadados con
su padre. No sólo porque les han convencido (brainwashing) de que su padre es
malo, sino que están enfadados, porque es una reacción natural del duelo frente
a la pérdida de su padre, y en este caso los niños lo suelen sentir como un
abandono.
Como en el caso de Lucía de seis años, que dijo que “mi papá es
malo porque nos abandonó, a mí y a mi mamá”. Sin embargo, el padre lo que hizo
fue pedir el divorcio de su madre, y ésta, proyectó su sensación de ser
abandonada por su marido, a su hija (“nos ha abandonado”). El padre salió de
casa para evitar una denuncia de malos tratos instrumental.
Y por eso, estos niños, deben acudir a los servicios de
tratamiento familiar de los servicios sociales, para reforzar y dar más
credibilidad al informe oficial de maltrato de cara al juicio, a las
evaluaciones de la UVIVG o de los equipos psicosociales e incluso, para estar “debidamente
preparados” para la exploración judicial.
Hemos visto a un niño de siete años ser entrenado por un
CAPSEM de la Comunidad de Madrid, para responder de forma “correcta y adecuada”
a las preguntas del fiscal y del juez, con un perro delante (programa piloto
con perros de exploraciones a menores).
Al niño, cuyo nombre voy a omitir, la abuela materna le
preguntó, pasados unos días de aquella exploración, el por qué había dicho
cosas tan feas de su papá. Y el niño respondió que unas señoras muy amables
(CAPSEM) y su madre le dijeron que si se aprendía eso muy bien y lo hacía bien,
su mamá lo iba a llevar a Disneyland París, que él, tantas ganas tenía.
Este niño tiene ahora ocho años, y tiene problemas de control
de ira, agresividad en el colegio y con su madre, y está a tratamiento
psicológico.
¿Qué les ocurre a estos niños? A estos niños con los que se
están trabajando así, para fortalecer y reforzar los “informes” de los servicios sociales que apoyan la “versión” de una
madre que dice que es maltratada: Pues que se induce a los niños a mantenerse
en la fase de la ira y en enfado permanente del duelo por la pérdida de su
padre. Y no se les permite avanzar en la siguiente fase del duelo, que es lo
natural.
Recientemente, hemos leído un estudio que demuestra que
muchas personas (más mujeres que hombres) que mantienen durante años diferentes
pleitos con sus ex, tiene un denominador común: sufrieron un apego inseguro en su
infancia. Por ello, no aprendieron a superar las fases del duelo que cualquier
pérdida que sufrían en sus vidas, como la pérdida de un juguete, o algo
similar, y mostraban una absoluta intolerancia a la frustración.
Así es comprensible que muchos niños que pasan por estos
servicios sociales y estos “tratamientos” e “informes”, no terminen nunca de
aceptar la pérdida de sus padres vivos, y acaben de dos formas muy previsibles,
cuando llegan a la adolescencia: o el rechazo total a su padre para siempre, o descubrir
que se les ha engañado, y deciden rechazar al progenitor impostor.
Hemos visto que el primer caso se suele dar en niños que
afrontan el divorcio entre los 9 y 16 años. Y la segunda reacción es más usual
en niños que afrontaron el divorcio entre los 0 y los 9 años, y habían tenido
un apego seguro con ambos progenitores entre los 0 y los 3 años.
No quiero sentar cátedra en este artículo, sólo aportar ideas
de reflexión a los operadores jurídicos sobre el peligro del uso de
determinados servicios sociales, que “necesitan” elevar el nivel de conflicto
de los asuntos que llevan, para poder obtener más ayudas públicas y recursos
para garantizar sus puestos de trabajo.
Para terminar, una reflexión:
¿Por qué el gobierno no ha aprobado un RDL para destinar
fondos a servicios de pacificación de los conflictos familiares?
Agosto, 2018
Publicado en adefinitas.com
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