martes, 27 de agosto de 2019

El duelo de un niño en el proceso de divorcio


Se habla mucho últimamente del RDL 9/18 de 3 de agosto, que da facultades a los servicios sociales de los ayuntamientos para emitir un “informe oficial” para que una mujer pueda ser considerada víctima de maltrato sin necesidad de denuncia previa o juicio.
Polémicas aparte, ya sabemos los que nos dedicamos al derecho de Familia, tanto en su faceta civil, como en la penal, y digo derecho de familia penal, dado que los conflictos familiares se han criminalizado demasiado, en los últimos años, en nuestro país. Como decía, ya sabemos cómo funciona esto de los centros de acogida y los servicios sociales que ayudan a las mujeres a separarse de forma más rápida, criminalizando el conflicto de pareja.
Me parece adecuado sacar en este momento la tesis de Marrone, psiquiatra londinense, que nos explica que la sociedad “comprende” el enfado y la ira de una persona cuando pierde a un ser querido en un accidente, que es la forma más traumática, de sufrir una pérdida. Incluso este tipo de comportamiento de uso de la violencia (falta control de la ira), dejando que la ira se apodere de nuestras emociones y acciones, se comprenden ante la pérdida de un puesto de trabajo (huelgas violentas, disturbios en la calle de grupos de personas frente a una injusticia, protestas violentas contra un gobierno, etc.)
Todo esto lo hemos normalizado como algo natural y gran parte de la sociedad lo tolera, y de alguna forma, lo comprende.
Pero cuando la reacción con enfado e ira ante la sensación de pérdida que sufre un hombre o padre en los casos de divorcio y este hombre rompe algo o deja que la ira (fase del duelo) tome el control de sus acciones y emociones, esto sin embargo, lo hemos convertido no sólo en algo intolerable, sino que incluso lo hemos criminalizado como violencia machista, y lo hemos tipificado hasta como delito. Es incomprensible.
Es como si se hubiera tipificado como delito nuestra propia naturaleza humana, pero sólo si el actor, es un hombre.
En todo caso, y volviendo al objeto de este artículo, el RDL 9/18 viene a legalizar lo que se viene haciendo desde hace años en la praxis, y es legalizar el hecho de que cientos de niños cada día, en España, sufren la desaparición (pérdida) de sus papás de sus vidas, sin proceso emocional y judicial alguno.
Hablamos del “duelo” que sufren y sufrimos todos cuando nos enfrentamos a una pérdida de un ser querido, bien la muerte por enfermedad o por accidente de un padre, un hermano, un amigo, una pareja o un hijo.
Todos hemos oido hablar de las fases del duelo, ante una pérdida de un ser querido.
Hay muchos expertos que nos hablan de distintas fases del duelo, y el modelo más conocido es el modelo de Kübler, y voy a resumirlas de forma asequible:
1ª.- La negación (no me creo que me esté pasando a mí).
2ª.- La ira (enfado con el mundo, la vida y con los demás)
3ª.- La negociación (búsqueda del consuelo y de una explicación).
4ª.- La depresión (angustia vital y dolor frente a la pérdida).
5ª.- La aceptación (aceptar la realidad de la pérdida).
Para otros autores, como Bowlby, estas fases son cuatro:
1ª.- El embotamiento (no me lo puedo creer)
2ª.- El anhelo (Echar de menos)
3ª.- La desesperanza (desorganización de ideas y sentimientos)
4ª.- La reorganización (la vida sigue)
En todos los procesos de separación y/o divorcio, se habla mucho de estas fases en los adultos que pasan por dicho trago.
Se ha estudiado mucho todo esto, desde la perspectiva de los adultos, pero lo que más me interesa recalcar es la teoría aquella que sostiene que las personas que han crecido con un apego seguro en su infancia, han sobrevivido mucho mejor al divorcio y a sus disfunciones, que aquellas que han tenido un apego inseguro en su infancia (Weiss).
Esto es, que se ha demostrado que estas personas que han tenido una seguridad de sus afectos en la infancia tanto con su padre como con su madre, tienen como un mayor y mejor entrenamiento emocional para afrontar un duelo, y en este caso, el duelo que representa el divorcio.
Y no sólo eso, sino que esta seguridad en sus apegos, les ayuda en su vida adulta para afrontar de forma más positiva y pacífica, los conflictos de todo tipo, a los que nos enfrentamos en la vida adulta.
Se han obtenido datos de varios estudios sobre acoso escolar, fracaso escolar, niños violentos y jóvenes con problemas con sus comportamientos (drogas, uso de la violencia, sexualidad precoz y alcohol), en los que el denominador común a todos ellos y ellas (niños y niñas) es haber tenido un apego inseguro en su infancia, siendo la mayoría de los casos, la desaparición o pérdida de una figura paterna o materna en su infancia, como consecuencia de un abandono, la muerte o un divorcio.
Hay más estudios realizados en torno a la figura paterna, ya que es lo más usual, porque la mayoría de las custodias se siguen otorgando a las madres, como se hace desde el siglo XIX.
Estos estudios sobre la falta de apego seguro de un padre, por la pérdida de su presencia vital en la vida del niño, se comenzaron a desarrollar tras la segunda guerra mundial, cuando cientos de miles de padres no regresaron a casa, porque perdieron su vida en la guerra. Se quería saber qué pasaba a los niños huérfanos de la guerra.
Más tarde, estos estudios se han preocupado de cómo viven y afectan a los niños la pérdida de un progenitor en sus vidas tras un divorcio.
Y es curioso, porque se ha descubierto que los niños pasan por estas fases del duelo igual que los adultos, pero de una forma más natural, sobre todo si no influimos en ellos, pero no tienen la capacidad, ni emocional, ni el desarrollo evolutivo suficiente, para afrontar las fases tres y cuatro, sino que suelen pasar de la segunda a la quinta, si se hace bien.
Y aquí entran los servicios sociales de los ayuntamientos en los casos en los que he podido trabajar.
He visto a muchos niños (demasiados quizá), que han visto desaparecer a su padre de la noche a la mañana, tras la emisión de un “informe de maltrato” de los servicios sociales, y posterior e inmediata denuncia de maltrato.
El padre es detenido y usualmente se le pone una orden de alejamiento, o se le limita mucho el contacto con los hijos y se prohíbe volver “a casa”.
El niño ha visto desaparecer a su padre, como si hubiera muerto, pero no ha muerto y entonces es cuando los servicios sociales “ayudan” a la madre para que le explique al niño por qué su papá ya no está en casa y lo no puede ver, a pesar de que no ha muerto.
Y es en estos momentos, cuando la intervención de las madres y de los servicios sociales hacen muy mal su trabajo, destrozando la infancia de miles de niños en nuestro país.
En vez de permitir que el niño asimile o comprenda lo que pasa, y pase por las fases del duelo por la pérdida de su padre, que necesitan en estos casos, meses e incluso años de asimilación, se fuerzan a los niños a que asimilen cosas que no tienen capacidad para asimilar.
Los tiempos judiciales apremian a los abogados, servicios sociales y madres y hay que reforzar el “informe” de los servicios sociales ante el Tribunal y a los ojos de la Fiscalía y, hay que dar credibilidad a la “versión de los hechos” que la madre “refiere” en la intervención, y es por ello, que se meten en la vida y la mente de estos niños, de forma inaceptable.
Recordemos las fases del duelo de un niño por la perdida de su padre en este caso:
1ª.- La negación (no me creo que me esté pasando a mí). SI
2ª.- La ira (enfado con el mundo, la vida y con los demás) SI
3ª.- La aceptación (aceptar la realidad de la pérdida) SI.
Pues, la intervención de los servicios sociales que hemos visto hasta ahora, se ayuda al niño a superar la negación, diciéndole que su padre es malo y que no le quiere o, que cuando él dormía, pegaba a su mamá.
Esto hemos visto que lo han hecho a veces directamente, y otras veces “asesorando” a la madre o a la abuela materna, para que hablen en estos términos al niño.
Una vez que el niño ha “aprendido” que su papá es malo (caso de Lola de dos años y medio) el niño pasa a la fase de enfado e ira, y el objeto de esta ira es su papá. No hay otro objeto. A veces, estos niños suelen “responder” con comportamientos extraños ante esta situación. Les duele la barriga, trastornos del sueño o del comportamiento, o simplemente muestran lo que algunos expertos llaman el “terror sin nombre”.  
Así, cuando llegan a los equipos psicosociales de los Juzgados o a una exploración judicial, los niños se muestran muy enfadados con su padre. No sólo porque les han convencido (brainwashing) de que su padre es malo, sino que están enfadados, porque es una reacción natural del duelo frente a la pérdida de su padre, y en este caso los niños lo suelen sentir como un abandono.
Como en el caso de Lucía de seis años, que dijo que “mi papá es malo porque nos abandonó, a mí y a mi mamá”. Sin embargo, el padre lo que hizo fue pedir el divorcio de su madre, y ésta, proyectó su sensación de ser abandonada por su marido, a su hija (“nos ha abandonado”). El padre salió de casa para evitar una denuncia de malos tratos instrumental.
Y por eso, estos niños, deben acudir a los servicios de tratamiento familiar de los servicios sociales, para reforzar y dar más credibilidad al informe oficial de maltrato de cara al juicio, a las evaluaciones de la UVIVG o de los equipos psicosociales e incluso, para estar “debidamente preparados” para la exploración judicial.
Hemos visto a un niño de siete años ser entrenado por un CAPSEM de la Comunidad de Madrid, para responder de forma “correcta y adecuada” a las preguntas del fiscal y del juez, con un perro delante (programa piloto con perros de exploraciones a menores).
Al niño, cuyo nombre voy a omitir, la abuela materna le preguntó, pasados unos días de aquella exploración, el por qué había dicho cosas tan feas de su papá. Y el niño respondió que unas señoras muy amables (CAPSEM) y su madre le dijeron que si se aprendía eso muy bien y lo hacía bien, su mamá lo iba a llevar a Disneyland París, que él, tantas ganas tenía.
Este niño tiene ahora ocho años, y tiene problemas de control de ira, agresividad en el colegio y con su madre, y está a tratamiento psicológico.
¿Qué les ocurre a estos niños? A estos niños con los que se están trabajando así, para fortalecer y reforzar los “informes” de los servicios sociales que apoyan la “versión” de una madre que dice que es maltratada: Pues que se induce a los niños a mantenerse en la fase de la ira y en enfado permanente del duelo por la pérdida de su padre. Y no se les permite avanzar en la siguiente fase del duelo, que es lo natural.
Recientemente, hemos leído un estudio que demuestra que muchas personas (más mujeres que hombres) que mantienen durante años diferentes pleitos con sus ex, tiene un denominador común: sufrieron un apego inseguro en su infancia. Por ello, no aprendieron a superar las fases del duelo que cualquier pérdida que sufrían en sus vidas, como la pérdida de un juguete, o algo similar, y mostraban una absoluta intolerancia a la frustración.
Así es comprensible que muchos niños que pasan por estos servicios sociales y estos “tratamientos” e “informes”, no terminen nunca de aceptar la pérdida de sus padres vivos, y acaben de dos formas muy previsibles, cuando llegan a la adolescencia: o el rechazo total a su padre para siempre, o descubrir que se les ha engañado, y deciden rechazar al progenitor impostor.
Hemos visto que el primer caso se suele dar en niños que afrontan el divorcio entre los 9 y 16 años. Y la segunda reacción es más usual en niños que afrontaron el divorcio entre los 0 y los 9 años, y habían tenido un apego seguro con ambos progenitores entre los 0 y los 3 años.
No quiero sentar cátedra en este artículo, sólo aportar ideas de reflexión a los operadores jurídicos sobre el peligro del uso de determinados servicios sociales, que “necesitan” elevar el nivel de conflicto de los asuntos que llevan, para poder obtener más ayudas públicas y recursos para garantizar sus puestos de trabajo.
Para terminar, una reflexión:
¿Por qué el gobierno no ha aprobado un RDL para destinar fondos a servicios de pacificación de los conflictos familiares?

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