miércoles, 10 de julio de 2019

El discurso de odio políticamente correcto




El discurso de odio políticamente correcto

Hace unos días vimos como en una hamburguesería de Barcelona, un chico iba vestido como el daba la gana y otro chico se metía con él por su vestimenta, con un claro discurso homófobo.
Curioso que este acto de intolerancia y desprecio fuera grabado en Cataluña, una Cataluña tan acostumbrada a la tolerancia de sus dirigentes.
Igual que estamos blanqueando la imagen de los terroristas vascos, que infundieron terror (Persona o cosa que infunde ese miedo intenso ,según la RAE) en las calles de todo nuestro país, o se intenta blanquear la imagen de aquellas personas que intentaron dar un golpe de estado, a través de la incitación al odio de todo lo español, no dejo de sorprenderme cómo desde el gobierno y los medios se blanquea al neofeminismo como un movimiento pacífico y humanista, cuando la realidad es que eso, no es totalmente cierto.
Así como se nos vendió la globalización como una forma de crear un mundo mejor, lo mismo se está haciendo con el feminismo.
Hemos aceptado como algo normal que, en los países desarrollados, se multiplique de forma exponencial la pobreza, el riesgo de la exclusión social y la aceptación por parte de la juventud trabajadora de sueldos miserables (contratos basura).
Eso sí, hemos logrado grandes “avances” tales como comprar la ropa muy barata, viajes low cost, y acceso a las altas tecnologías que nos vigilan, etc. y el precio que estamos pagando es que nuestros jóvenes no tienen fe en el futuro, no tienen acceso a la independencia económica, a lo que se une el colapso del sistema de salud y de pensiones, carestía de la vivienda, etc.
Igual que en épocas pasadas y no tan pasadas, se crea desde el poder político un enemigo común, para lograr un apoyo más o menos incondicional del pueblo a las ideas del poder.
Se usó con los herejes por la inquisición, con el pueblo judío en Alemania nazi, contra los socialistas en la Italia del Fascio, con los palestinos en medio oriente, contra los propietarios en la Unión Soviética, contra los iraquíes en la guerra del golfo, contra los españoles en País Vasco o Cataluña, y ahora se usa contra los hombres por el neofeminismo.
Se crea cierto grado de temor hacia un grupo por sus ideas, lugar de nacimiento, sexo, orientación sexual o cualquier otra característica de las mencionadas en el art. 510 del CP.
En expresión del TC (STC 177/2015), el delito de odio representa la expresión de una “intolerancia excluyente”, por lo que el delito de odio se construye en torno a la idea de que es un ataque al diferente como expresión de una intolerancia incompatible con la convivencia. Idea recogida también en la STC 112/2016.
Asimismo, la misma STC 177/2015, de 22 de julio nos recuerda entre otras cosas que:
“Es obvio que las manifestaciones más toscas del denominado "discurso del odio" son las que se proyectan sobre las condiciones étnicas, religiosas, culturales o sexuales de las personas. Pero lo cierto es que el discurso fóbico ofrece también otras vertientes, siendo una de ellas, indudablemente, la que persigue fomentar el rechazo y la exclusión de la vida política, y aun la eliminación física, de quienes no compartan el ideario de los intolerantes”.
Con el neofeminismo que impera, incluso desde el mismo gobierno, se está intentado normalizar aquello de que a la mujer que denuncia hay que creerla “sí o sí”.
Nadie habla de que a un hombre que denuncia hay que creerlo sí o sí, como si ello fuera una blasfemia, y rápidamente te tachan de machista, homófobo, fascista, maltratador, etc. en un discurso sin argumentario alguno, y convertido en consignas de odio.
Ahora, tanto los hombres como las mujeres, las clases empresariales, políticas, mediáticas, universitarias, judiciales, etc. deben estar y mostrarse de acuerdo con la ideología de género como si fuera el nuevo catecismo. Ahora todo debe pasar por una perspectiva de género, que viene a ser como una nueva forma de censura.
Hace años, con nuestra Constitución pudimos quitarnos de encima las imposiciones de la iglesia católica y España se conformó como un estado aconfesional y basado en el pluralismo de ideas, como uno de sus pilares básicos.
Ya sabemos lo que pasa en un país, cuando una idea como ésta de la perspectiva de género, se impone por encima de todas las demás ideas y libertades. El siglo XX está lleno de ejemplos totalitarios de todo espectro.
Recuerdo hace unos años, cuando se comenzó a conocer los casos de corrupción política, y uno se preguntaba que cómo era posible que los partidos hegemónicos (PSOE, PP, CYU, PNV, etc) pudieran actuar con tanta impunidad a la hora de robar el dinero público.
Y la respuesta era muy sencilla: ellos mismos aprobaron leyes, reglamentos, normas autonómicas y municipales, que hacían que la corrupción fuera impune y hasta algo normal. Todo el mundo sabía cómo lograr un suntuoso contrato público, o una concesión administrativa, etc.  
Recuerdo aquellos informes oficiales de fiscalización, incluso desde los tribunales de justicia cuando algún caso llegaba a sus manos, que no detectaban la corrupción política. Desde el estado y los medios debidamente “comprados” se miraba hacia otro lado, y “no existían casos de corrupción”, y esto se vendía como una verdad oficial y absoluta.  
No existía la corrupción, sino que la corrupción era un sistema en sí mismo. Igual ocurre ahora con las denuncias falsas, que se mantiene con la verdad oficial de que “no existen”.
Me preocupa mucho el futuro de nuestra juventud, pero sobre todo el futuro de la mitad de nuestra juventud, los niños y chicos jóvenes que llegarán un día, a ser hombres.
¿Seguirán teniendo derecho a un mismo trato?
Me preocupa que el Tribunal Supremo se haya contagiado de este nuevo discurso totalitario y haya dado validez a algunas aberraciones jurídicas.
Por ejemplo, que basta la palabra de la mujer para condenar a un hombre denunciado por violencia de género, siempre que siga las instrucciones dadas por el mismo TS, cuando habla de los requisitos que debe cumplir la supuesta víctima, para ser creída.
O la justificar que un hombre y una mujer puedan ser condenados a distintas penas por el mismo delito, cuando ello va contra la CUDDHH o la misma Carta de DDFF de la Unión Europea. Y otros tribunales que, de forma indiciaria, declaran a un muerto, como maltratador.
Cualquier día se ilegaliza el derecho a la defensa de los hombres ante los tribunales. 
De hecho, en las RRSS ya se habla de ello como que debería ser lo normal (caso Rivas, caso la Manada, etc.)   
Podría extenderme en definiciones que dan al “discurso del odio” del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), el TC, el TS o de las normativas y guías que se han hecho de todo ello, pero este pequeño artículo, solo pretende llamar a atención y crear debate en torno, a si debemos seguir aceptando que una ideología, como la ideología de género y la “perspectiva de género” siga apoderándose de nuestras vidas y de nuestras instituciones, o debemos plantar cara de una vez a todo ello, y comenzar a hablar del neofeminismo como una discurso de odio que promueve el odio hacia todos los hombres, sea cual sea su orientación sexual o su identidad de género.
Para ilustrar que el neofeminismo que se nos intenta imponer, tiene tras de sí un discurso de odio, basta buscar imágenes sobre: quiero que te mueras, machete al machote, ante la duda tu la viuda, mata a tu marido, hetero muerto, abono para mi huerto, etc. que se usan en las manifestaciones neofeministas. En las RRSS  e internet puedes encontrarlas fácilmente.

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